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Cuatro de cada 10 españoles de entre 16 y 70 años son usuarios de la medicina estética cuando, a finales de 2019, era únicamente el 36% de la población. Esto representa un crecimiento en dos años de cuatro puntos porcentuales. Un porcentaje que baja hasta el 22,8% de la población que se sometía a un tratamiento estético en 2012.
De los 626.778 tratamientos faciales realizados en los dos últimos años, el 42% correspondió a inyecciones con toxina botulínica, que se ha consolidado definitivamente como el tratamiento facial más realizado tras la pandemia, según datos de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME).
Son sobradamente conocidas las bondades del bótox como tratamiento estético -siempre que sea realizado por un profesional acreditado y en las condiciones sanitarias requeridas por la legislación- pero, aún así, es una práctica que no está exenta de riesgos.
Un grupo de científicos de la Universidad de California ha hecho público un estudio que establece una relación entre las infiltraciones de toxina botulínica en los músculos prefrontales y la inhibición de la forma en la que nuestro cerebro procesa las “caras emocionales”, es decir, los gestos de otra persona que nos reflejan lo que está sintiendo.
Los investigadores han explicado que, cuando vemos una expresión de enfado o felicidad en la cara de otra persona, flexionamos o contraemos los músculos de la nuestra para simular la expresión. Estos gestos- que son inconscientes- se producen porque imitando la sonrisa o el ceño fruncido de nuestro interlocutor es como nuestro cerebro procesa correctamente la información sobre las emociones de la otra persona, y ello nos ayuda a entenderlas. Según el estudio, la capacidad de las personas para comprender la expresión de las emociones puede cambiar debido a la interrupción de la retroalimentación muscular inducida por el bótox.
En el estudio participaron un grupo de 10 mujeres entre 33 y 40 años a las que inyectaron bótox para inducir parálisis temporal en el músculo responsable de fruncir el ceño, y luego midieron su actividad cerebral mientras observaban imágenes de rostros emocionales. Los investigadores encontraron que la actividad en la amígdala, el centro de nuestro cerebro responsable del procesamiento emocional, mostró signos de cambio al ver caras felices y enfadadas después de las inyecciones de bótox.
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