Recientemente se ha presentado una tesis doctoral en la Universidad de Santiago de Cosmpostela (USC), que demuestra que la acumulación de aluminio en el cerebro “es un factor de riesgo” en el desarrollo de la enfermedad de Párkinson. Aunque por si solo no provoca la enfermedad, niveles de concentración de aluminio superiores a la media disminuyen la lucha de los sistemas enzimáticos contra los radicales libres, sustancias que atacan a las células en general y a las neuronas que se encargan del sistema motor del cuerpo en particular.

La titular de la tesis, la doctora Sofía Sánchez Iglesias, afirma que el contacto físico con objetos de este metal no afecta, sino que lo peligroso es su inhalación o ingesta. A la vista de los resultados obtenidos, que acaban de ser publicados en la prestigiosa revista Journal of Neurochemistry, el aluminio se emplea en utensilios de cocina –que a altas temperaturas y en medios ácidos se pueden acumular en los alimentos–, en fármacos, como antidiarréicos y antiácidos, y en productos de cosmética y perfumes.

La doctora Sánchez considera que se debe limitar y controlar la exposición al aluminio, que hoy en día, dice, es alta. Aunque de forma natural el cuerpo elimina un 95% del aluminio que entra a diario, las personas con problemas renales sufren una acumulación mayor y, por lo tanto, tienen más posibilidades de desarrollar Párkinson.

Se estima que el Párkinson afecta a seis millones de personas en el mundo y las autoridades sanitarias calculan que en 2030 alcanzará los nueve millones. Existen tablas de diagnóstico que permiten alcanzar un alto grado de certeza en el diagnóstico, aunque la evidencia absoluta se obtiene en el estudio post mortem del cerebro. Sofía Sánchez indica que alrededor de un 25% de los diagnósticos de Párkinson esconden otras enfermedades degenerativas.









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